El género negro siempre se mueve
en la frontera y, aunque parezca contradictorio, en las zonas grises. Todas sus
historias se desarrollan a medio camino entre el realismo y la narrativa de
género, entre la legalidad y la ilegalidad, entre la moralidad y la
inmoralidad, entre las épocas destinadas a morir y los tiempos nuevos que
empiezan a aflorar con rotundidad, en definitiva entre la luz y la oscuridad…
Por ello, suele estar presente en momentos de crisis e incertidumbre en los que
las viejas creencias parecen no hallar explicación a unas circunstancias que
suponen una ruptura clara respecto al pasado. Por ello, no es de extrañar que
coincidan en la cartelera dos películas centradas en sendas historias
criminales que proceden de dos países tan lejanos y distintos como España y
China.
LA ISLA MÍNIMA (o todo cambia pero todo sigue igual)
TÍTULO: La isla mínima. TÍTULO ORIGINAL: La isla mínima. AÑO: 2014. NACIONALIDAD: España.
DIRECCIÓN: Alberto
Rodríguez. GUIÓN: Rafael Cobos y Alberto Rodríguez. MÚSICA ORIGINAL: Julio de
la Rosa. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Álex Catalán. MONTAJE: José M. G.
Moyano. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Javier Gutiérrez, Raúl Arévalo, Nerea Barros,
Antonio de la Torre, Adelfa Calvo, Jesús Carroza, Jesús Castro, Mercedes León,
Jesús Ortiz, Salva Reina, Manolo Solo. PÁGINA WEB OFICIAL: http://warnerbros.es/la-isla-minima-especial y https://es-es.facebook.com/pages/La-Isla-M%C3%ADnima/559808460754596.
Hace dos años, ya elogiamos en este blog la
anterior película del director sevillano Alberto Rodríguez, Grupo 7 y, de hecho, la llegamos a
calificar como la mejor película española del año 2012. También dijimos que la
obra del cineasta se desarrollaba en aquel espacio donde confluían la vertiente
social y los aspectos estrictamente personales y ello se vuelve a repetir en La isla mínima, donde, a partir de una
investigación policial sobre la desaparición de dos chicas en un pueblo situado
en las marismas del Guadalquivir en el año 1980, se acaba hablando de temas de
mucha mayor hondura.
Si ya en Grupo
7 los dos policías interpretados por Mario Casas y Antonio de la Torre representaban
dos posturas y dos trayectorias vitales que acababan siendo divergentes y
contradictorias, en La isla mínima también
hay una pareja de agentes pero, en esta ocasión, el proceso es inverso: si,
inicialmente, Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo parecen moverse en visiones
contrapuestas (el primero, en posiciones cercanas al anterior régimen
franquista; el segundo, abiertamente partidario del nuevo régimen democrático y
de los cambios que el mismo debía conllevar), ambos terminan coincidiendo en la
necesidad de sobrellevar una convivencia problemática y plagada de silencios y
complicidades.
Porque La isla mínima, a pesar de la época en la que se desarrolla, nos
habla posiblemente más de nuestro presente que de nuestro pasado, en la medida
en que intenta identificar (con enorme y precisa sutileza) el momento exacto en
que las ilusiones y esperanzas de la Transición empezaron a desvanecerse al
ocultar y callar verdades que deberían haberse revelado. En realidad, toda la
historia genera expectativas al espectador que el desenlace sólo satisface
parcialmente. Esa satisfacción parcial es, en última instancia, la clave de
toda la narración y encierra, en gran medida, su moraleja final: en el pasado,
está la raíz de lo que ha llegado a suceder después. Yendo un poco más allá, la
misma estructura de la historia revela una profunda acidez: quien pretende huir
de un mundo sin expectativas, acaba entrando en un mundo aún más sórdido y
cruel…
Igual que ocurría en Grupo 7, La isla mínima está perfectamente realizada, con un pulso que se
adapta perfectamente al clima que debe tener una película que se inscribe en el
género negro o criminal, con un guión que busca la concisión y la sobriedad y
que proporciona la información justa para comprender la historia, evitando todo
tipo de duplicación o redundancia. Por otra parte, merecen destacarse las
magníficas interpretaciones de todo el reparto, prácticamente sin excepción.
Aunque, por su mayor protagonismo, no podemos dejar de mencionar a Javier
Gutiérrez, Raúl Arévalo, Antonio de la Torre, Nerea Barros, Salva Reina o
Manolo Solo, todo el elenco brilla a un excelente nivel y hacen completamente
realista y verosímil la historia.
Aunque hay algún detalle que me
impide calificar a La isla mínima como
obra maestra (no sé hasta qué punto un espectador que no sea español
comprenderá con claridad el contexto de la historia), esta película confirma a
Alberto Rodríguez como uno de los nombres más importantes del cine en nuestro
país y como un director al que habrá que continuar siguiendo con suma atención
en sus próximos trabajos.
Nota (de 1 a 10): 8,5.
Lo que más me gustó: El pulso firme de su realización. Las
interpretaciones de todo el reparto: Javier Gutiérrez, Raúl Arévalo, Antonio de
la Torre, Nerea Barros, Salva Reina, Manolo Solo…
Lo que menos me gustó: El contexto de la historia no queda
suficientemente explicado para los espectadores que no sean españoles.
BLACK COAL (o el ser humano convertido en vacío)
TÍTULO: Black Coal. TÍTULO ORIGINAL: Bai ri yan huo. AÑO: 2014. NACIONALIDAD: China.
DIRECCIÓN Y GUIÓN: Diao Yi’nan. MÚSICA
ORIGINAL: Wen Zi. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Jinsong Dong. MONTAJE: Yang
Hongyu. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Liao Fan, Gwei Lun Mei, Wang Jingchun, Wang Yu
Ailei, Wang Xuebing. PÁGINA WEB
OFICIAL: http://www.surtseyfilms.es/peliculas/black-coal/.
Siempre buscamos en el cine que nos llega de
China un tono crítico y una lectura entre líneas que suponga una mirada ácida
sobre la realidad económica, social o política de ese país. Ya La boda de Tuya (2006) de Wang Quanan (con
su demoledora visión sobre lo que sucede en el mundo rural) y la magistral Naturaleza muerta (2006) de Jia Zhang-Ke
(con la utilización de la construcción de la Presa de las Tres Gargantas como
metáfora de la gran desarticulación de las estructuras tradicionales que el
cambio económico estaba provocando) insinuaban tensiones internas en las que la
reciente Un toque de violencia (2013,
también de Jia Zhang-Ke) volvía a insistir (aunque, como ya dijimos en una
entrada anterior del blog, a veces era demasiado tosca y directa y, en cambio,
en otras ocasiones, incurría en un exceso de sutileza que impedía discernir
hacia dónde se dirigía relmente la crítica). Las noticias que, en los últimos días, han venido de Hong Kong parecen confirmar que esas tensiones eran
algo más que meras invenciones de unos directores enardecidos por sus ganas de
llevar a cabo una película llamativa.
Ha llegado a nuestras carteleras Black coal (2014), tercera película del
realizador Diao Yi’nan y que se alzó con el Oso de Oro a la Mejor Película en
el Festival de Berlín de este año (como curiosidad, el título inglés utilizado
fue Black coal, thin ice, de modo que
la segunda parte del mismo ha sido suprimida en España, a pesar de que la misma
hace referencia a un elemento que resulta bastante importante en la trama).
Aunque no se puede decir de forma
tajante que Black coal adopta una
perspectiva crítica, la brutal y desoladora historia que narra no es, precisamente,
una invitación al optimismo sino, más bien, una puesta en tela de juicio de una
realidad y unas circunstancias.
Desde el punto de vista
cinematográfico, en Black coal hay
una serie de elementos que remiten a películas bastante conocidas del género como
Gorky Park (1983) de Michael Apted –
la pista de hielo- y, sobre todo, Melodía
de seducción (1989) de Harold Becker e Instinto
básico (1992) de Paul Verhoeven – por los sucesos que ocurren en torno a la
protagonista- y toda una serie de clichés y tópicos perfectamente reconocibles
que sirven para articular los ejes fundamentales de la trama: el policía
alcohólico, la mujer fatal, la atracción del policía por la mujer, el
compañerismo entre los agentes, la angustia provocada por un caso sin resolver…
Lo verdaderamente interesante es que todos estos elementos, lejos de provocar
una película escasamente original, mutan al trasplantarse en una realidad
completamente diferente y sirven para que, dentro de un modelo familiar para el
espectador, se desarrolle un argumento que adopta perspectivas y enfoques
inéditos.
Porque si ya el comienzo del
film, el comportamiento del protagonista con su exmujer nos sumerge en un clima
de desasosegante ambigüedad moral, esa sensación se acrecienta tanto con la
irrupción en escena de un cadáver descuartizado como cuando, conforme van
apareciendo nuevos personajes, casi todos ellos se van convirtiendo en sospechosos
de ser los culpables de los actos criminales en los que se centra la trama (muy
en la línea de lo que ocurre en la serie británica Broadchurch, que actualmente emite Antena 3).
El amargo sabor de boca que nos deja la historia acaba, en el fondo,
hablándonos de cómo una honda y tremenda sensación de vacío se va apoderando
del ser humano en un contexto frío y ausente de referencias. Yendo un poco más
allá, lo que más sorprende es cómo se puede asumir con naturalidad
comportamientos completamente desnaturalizados. El chirriante desenlace invita
probablemente a reflexionar sobre cómo hechos intrascendentes acaparan más la
atención social que otros de mucha mayor gravedad.
Excelentemente narrada, con
concisión y sobriedad excepcionales, quizás su gran defecto es que en el último
cuarto de hora su ritmo y estructura quedan algo desencajados aunque ello no
haga borrar las virtudes que el film ha mostrado a lo largo de su metraje.
Nota (de 1 a 10): 8.
Lo que más me gustó: Una
historia criminal excelentemente narrada…
Lo que menos me
gustó: … cuya estructura se desencaja en el último cuarto de hora.
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