Lo primero de todo, comentar que,
aparte del análisis cinematográfico que aquí se realiza, en mi blog El dedo en el dato se analiza El lobo de Wall Street desde un punto de
vista económico (http://eldedoeneldato.blogspot.com/2014/01/analisis-de-el-lobo-de-wall-street-i.html).
EL LOBO DE WALL STREET (o de aquellos polvos, estos lodos)
TÍTULO: El lobo de Wall Street. TÍTULO ORIGINAL:
The Wolf of Wall Street. AÑO: 2013. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN Y GUIÓN: Martin
Scorsese. DIRECCIÓN DE
FOTOGRAFÍA: Rodrigo Prieto. MONTAJE: Thelma Schoonmaker. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Leonardo di Caprio, Jonah Hill, Margot
Robbie, Matthew McConaughey, Kyle Chandler, Rob Reiner, Jon Bernthal, Jon
Favreau, Jean Dujardin, Joanna Lumley, Cristin Milioti, Christine Ebersole,
Shea Whigham, Katarina Cas, P. J. Byrne, Kenneth Choi, Brian Sacca, Henry
Zebrowski, Jake Hoffman. PÁGINA WEB OFICIAL: http://ellobodewallstreetes.tumblr.com/. ENLACE EN GOOGLE PLAY: https://play.google.com/store/movies/details/El_Lobo_de_Wall_Street_VE?id=jWu8--uSS2k&hl=es.
Cuando se estrenó La invención de Hugo,
ya comentamos que el cine de Scorsese se movía en torno a dos ejes
fundamentales: la dimensión espiritual y psicológica de sus personajes y la recuperación
y análisis de la memoria cultural e histórica de Estados Unidos. Si este
segundo aspecto había quedado un tanto
difuminado en sus tres últimos largometrajes de ficción, es decir, Infiltrados (2006), Shutter Island (2010) y La
invención de Hugo (2011), -no pasaba exactamente lo mismo en sus
documentales del período: Shine a light (2008),
Public speaking (2010) y George Harrison: Living in the Material
World (2011)-, ahora vuelve con inusitada fuerza e inesperada acidez en El lobo de Wall Street. Porque esta
película es, ante todo, una recapitulación sobre ciertos fenómenos que han
tenido lugar en los últimos 25 años en el mundo financiero estadounidense (y de
los que, tras extenderse a otras zonas geográficas, estamos sufriendo ahora las
consecuencias) y sobre la base moral que ha hecho posible que esos fenómenos
adquirieran una dimensión y una trascendencia insospechadas. Pero, como pasa en
toda película y como sucede con todo gran director, El lobo de Wall Street va más allá de ese planteamiento de partida
y nos proporciona aristas mucho más complejas que, en una visión superficial
del film, pueden pasar desapercibidas.
Aunque puede parecer que El lobo de Wall Street es una comedia (Scorsese
ya tiene experiencia previa en ese género con El rey de la comedia -1982- y Jo,
¡qué noche! -1985-), en realidad es una sátira y, como tal, carga las
tintas en los aspectos más grotescos y sardónicos de la historia y lleva a que
la misma se mueva en un terreno de cierto exceso. Ello debía ser manejado con
cautela para que la película no perdiera el control y hay que reconocer que
Scorsese sabe darle al film el tono justo para que su humor sea vitriólico pero
que no degenere en una pura sucesión de gags
de sal gruesa. Ayuda a este propósito el ritmo endiablado que el director
imprime a la película (que hace que sus casi tres horas de duración pasen casi
como un suspiro), el siempre magistral montaje de Thelma Schoonmaker y una
sabia e inteligente dirección de actores. Aunque hay que destacar, por encima
de todo el reparto, las actuaciones de Leonardo di Caprio y Jonah Hill, no es
menos verdad que todos los intérpretes logran dar vida de modo absolutamente
convincente a sus personajes, alejándose de todo cliché o caracterización fácil
y consiguiendo que cada uno de ellos tenga su lugar y encaje en el entramado
global del film.
Y ello no era sencillo porque,
por un lado, había que mostrar las interioridades del mundo de Wall Street y el
modo en que los agentes de bolsa habían abandonado su función de servicio al
cliente y se habían embarcado en un proceso de obtención de beneficios a
cualquier precio, aunque fuera a costa de los clientes a los que decían servir
y, por otro lado, había que crear caracterizaciones verosímiles que mostraran
todas las vertientes de los personajes y los mismos no quedaran reducidos a sus
perfiles más perversos y siniestros. Y, conforme avanza la trama y, sobre todo,
con el significativo broche de la escena final, vamos descubriendo que lo que,
en realidad, estamos contemplando es cómo Wall Street empezó a fabricar sueños
(es ilustrativo, a este respecto, la mención que hace el protagonista en un
momento dado a Willy Wonka y la Fábrica de Chocolate) para quienes no tenían
otros sueños u otras ilusiones a los que aferrarse. Y este fue un proceso que
afectó tanto a los clientes que invirtieron sus ahorros en acciones de
compañías que no tenían ningún futuro o porvenir como a los brokers que entraron en una dinámica
enloquecida que llevaba directamente al abismo.
Que nadie fuera capaz de detenerse antes de
comprobar cómo el vacío estaba bajo a sus pies o, si elegimos la metáfora que
el film prefiere, que todos decidan embarcar en un barco condenado a naufragar,
es la moraleja final que, lejos de ser retratada como un elemento del pasado, viene
a ser contemplada cómo la situación en la que aún estamos inmersos.
Nota (de 1 a 10): 9,5.
Lo que más me gustó: El ritmo que Scorsese imprime al film. Las
interpretaciones de Leonardo di Caprio y Jonah Hill. El montaje de Thelma
Schoonmaker.
Lo que menos me gustó: En algunos momentos, puede recordar a Uno de los nuestros o a Casino.
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