LAS BRUJAS DE ZUGARRAMURDI (o cuando las
fábulas no tienen moraleja)
TÍTULO: Las brujas de
Zugarramurdi. TÍTULO ORIGINAL: Las
brujas de Zugarramurdi. AÑO: 2013. NACIONALIDAD: España-Francia. DIRECCIÓN:
Álex de la Iglesia. GUIÓN: Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría. MÚSICA
ORIGINAL: Joan Valent. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Hugo Silva, Mario Casas,
Carolina Bang, Carmen Maura, Terele Pávez, Jaime Ordóñez, Gabriel Delgado,
Pepón Nieto, Secun de la Rosa, Enrique Villén, María Barranco, Javier Botet,
Javier Manrique. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.lasbrujasdezugarramurdi.es/.
Hasta 1995, se pensaba, sin
ningún asomo de duda, que los frisos del Partenón representaban un festival que
los habitantes de la antigua Atenas celebraban cada cuatro años para conmemorar
el nacimiento de la diosa Atenea. Pero en ese año, la doctora Joan Connelly, de
la Universidad de New York, llegó a la conclusión de que la imagen era bastante
menos lúdica: en realidad, los frisos escenificarían un sacrificio humano. El rey
Erecteo, siguiendo los consejos del Oráculo de Delfos, habría decidido inmolar
a sus tres hijas para salvar a la ciudad de una derrota militar.
La principal moraleja del hallazgo es que idealizar el pasado implica ignorar
muchas de las atrocidades, arbitrariedades y atropellos a la dignidad humana
que eran moneda de uso corriente en las épocas idealizadas. En concreto, las polis griegas de la Edad Antigua se
prestan especialmente a este ejercicio de enaltecimiento poco riguroso pero, en
general, cualquier etapa o acontecimiento históricos pueden acabar siendo objeto
de adoración mediante el empleo de las maniobras adecuadas de manipulación y
ocultación. Adicionalmente, sin que se llegue a dar una visión excesivamente
edulcorada del pasado, en muchas ocasiones la literatura y el cine ofrecen, en
distintas obras, visiones muy distintas de un mismo hecho. Es el caso de tres
películas legendarias como Murieron con
las botas puestas (1941) de Raoul Walsh, Fort Apache (1948) de John Ford y Pequeño gran hombre (1970) de Arthur Penn. Tratando todas ellas la
derrota del 7º de Caballería en Little Big Horn, el retrato del general Custer
es muy diferente en cada uno de los casos. En la película de Walsh, es un héroe
que se sacrifica al servicio de su país; en la de Ford, es un imbécil arrogante
y presuntuoso; en la de Penn, es, directamente, un psicópata. Todo ello no es
más que un ejemplo de la dificultad para articular una versión canónica de la
Historia y hacer cristalizar una visión única del pasado.
En el año 1984, Pedro Olea ya
dirigió una película, Akelarre, que
narra los hechos originales que han inspirado la película que hoy reseñamos,
los cuales tuvieron lugar en el año 1610. En el film de Olea, las simpatías se
vuelcan hacia las presuntas “brujas” que fueron víctimas del proceso
inquisitorial (desde el punto de vista actual, cabría la seria duda de
considerar si lo que sucedía era, simplemente, que las ajusticiadas tenían unas
creencias diferentes a las de la ortodoxia oficial o que todo obedecía al clima
de paranoia que reinaba en esa época en relación al tema de la hechicería).
Teniendo en cuenta este
antecedente, podría pensarse que Álex de la Iglesia podía hacer un retrato de
las supuestas descendientes de aquellas “brujas” del siglo XVII que las presentara
de modo amable, cómplice o, como mínimo, portadoras de un punto de vista
alternativo y susceptible de ser comprendido. Como suele suceder con el
director vasco, nos ha pillado con el pie cambiado y, ofreciendo una película que,
a través de una montaña rusa narrativa, nos engancha desde el primer hasta el
último minuto, traza una distinción inequívoca entre “buenos” y “malos” que no
deja de ser sorprendente teniendo en cuenta la trayectoria anterior del
realizador.
(En el párrafo que viene a continuación, desvelo algunos detalles de la
trama, por lo que, si lo desean pueden saltárselo y pasar directamente al
siguiente.)
Podría pensarse que Las brujas de Zugarramurdi se inscribiría
en el género de la comedia negra, el cual tan bien ha sido manejado por de la
Iglesia con anterioridad. Sin embargo, aunque en muchos momentos se mueve
dentro de dicha órbita, la película va más allá e incide especialmente en los elementos
turbios y oscuros, algo que ya anticipaba Balada triste de trompeta.
Aquí, las brujas no representan un
desafío al orden establecido que puede resultar pintoresco y parcialmente
atractivo sino que son las malas de la película. Las malas malísimas habría que
decir, sin que quepa encontrar algún matiz o paliativo. Hay en la trama una
completa ausencia de cualquier atisbo de idealización del paganismo o de
defensa del retorno a un presunto paraíso perdido. Más bien, hay que interpretarla
como una absoluta desmitificación de todo dogma o de toda creencia asumida sin
un mínimo de escepticismo. Que el film caiga, en muchas ocasiones, en una poco
disimulada misoginia, creo que hay que considerarlo como una parte más del
juego de desafiar cualquier tentación de incurrir en lo políticamente correcto,
el cual es llevado hasta sus últimas consecuencias cuando aparece una figura
claramente inspirada en la Venus de Willendorf asumiendo el papel de gran diosa
destructiva a la que, lejos de considerar como una especie de diosa-madre, hay
que asesinar para lograr salvarse.
La película tiene como grandes
virtudes el mantener un intenso ritmo narrativo que logra mantenerse a lo largo
de todo el metraje y una excelente labor de todo el reparto, sin que quepa
excluir prácticamente a nadie de la alabanza. Con unos primeros minutos que
constituyen uno de los mejores arranques de toda la historia del cine español,
posiblemente en los últimos 30-35 minutos el director tienda a perder el
control del film y se incurran en algunos excesos que, de cualquier modo,
serían difíciles de eludir dada la desmesura con que la historia ha sido
concebida.
Aunque la carrera de Álex de la
Iglesia, por su propia forma de abordar el cine, se puede caracterizar por la
irregularidad, pienso que Las brujas de
Zumarragurdi, junto a El día de la
bestia (1995), Muertos de risa (1999)
y La comunidad (2000), constituye una
de las cimas de toda su carrera. Sólo por ello, merece ser vista por quien, eso
sí, no tenga muchos prejuicios o ideas preconcebidas a la hora de ver una
película. Por lo tanto, es especialmente recomendable para quienes comprendan
las implicaciones de saber que los frisos del Partenón no representan lo que
todos pensaban sino algo mucho más negro y siniestro.
Nota (de 1 a 10): 7,5.
Lo que más me gustó: El trabajo de todo el reparto. Su endiablado
ritmo narrativo.
Lo que menos me gustó: En algunos momentos, está demasiado pasada
de rosca.
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