BLUE VALENTINE (o no lo llames amor cuando es miedo a la soledad) // LAS SANDALIAS DEL PESCADOR, DE UN PAÍS LEJANO y KAROL






Hoy, en mi blog de cine, comento, en primer lugar, de Blue Valentine. En las secciones “Clásicos eternos” y “Joyas ocultas”, ya que la semana que viene empezará el cónclave para elegir nuevo Papa, hablo de Las sandalias del pescador, De un país lejano y Karol.

BLUE VALENTINE (o no lo llames amor cuando es miedo a la soledad)

TÍTULO: Blue Valentine. TÍTULO ORIGINAL: Blue Valentine. AÑO: 2010. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN: Derek Cianfrance. GUIÓN: Derek Cianfrance, Joey Curtis y Cami Delavigne. MÚSICA ORIGINAL: Grizzly Bear. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Ryan Gosling, Michelle Williams, Faith Wladyka, John Doman, Mike Vogel, Marshall Johnson, Jen Jones, Maryann Plunkett, James Benatti, Barbara Troy. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.bluevalentine.es/.

Desde que, en 1896, William Heise rodara, en un cortometraje de 19 segundos, el beso que se daban May Irwin y John C. Rice, la pareja y sus problemas ha sido uno de los grandes temas que al cine le ha gustado siempre tratar y al que ha regresado una y otra vez, sin que los espectadores parezcan cansarse ni aburrirse de que las películas vuelvan a contar historias sobre amores difíciles, convivencias deterioradas, lazos rotos y, para compensar, finales felices con perdices y todo.




Efectivamente, en la mayoría de las ocasiones chica y chico se quedaban juntos para siempre (presuntamente), después de muchos enredos o vicisitudes (La fiera de mi niña -1938- de Howard Hawks, Tú y yo -1939 y 1957- de Leo McCarey, El hombre tranquilo -1952- de John Ford, Cantando bajo la lluvia -1952- de Stanley Donen y Gene Kelly, La ventana indiscreta -1954- y Atrapa a un ladrón -1955- de Alfred Hitchcock, La gata sobre el tejado de zinc -1958- de Richard Brooks, Un hombre y una mujer -1966- de Claude Lelouch, Pretty Woman -1990- y Novia a la fuga -1999- de Garry Marshall). En otras, la cuestión quedaba, más o menos, abierta (Lo que el viento se llevó -1939- de Victor Fleming, La aventura -1960- de Michelangelo Antonioni, Dos en la carretera -1967- de Stanley Donen, Manhattan -1979- de Woody Allen). Siempre resultaba dramático cuando una enfermedad, o la misma muerte, impedían que un amor (presuntamente) eterno pudiera durar para siempre (Adiós a las armas -1932- de Frank Borzage, Cumbres borrascosas -1939- de William Wyler, Amarga victoria -1939- de Edmund Goulding, Arco de triunfo -1948- de Lewis Milestone, La colina del adiós -1955- de Henry King, West Side Story -1961- de Robert Wise y Jerome Robbins, Love Story -1970- de Arthur Hiller, Volver a empezar -1982- de José Luis Garci, Elegir un amor -1991- de Joel Schumacher, Titanic -1997- de James Cameron, Otoño en Nueva York -2000- de Joan Chen, Noviembre dulce -2001- de Pat O´Connor). Otras veces, bien por las circunstancias, bien porque la relación venía a ser un callejón sin salida, los caminos de los enamorados se separaban, quizás para siempre (Casablanca -1942- de Michael Curtiz, Esplendor en la hierba -1961- de Elia Kazan, El eclipse -1962- de Michelangelo Antonioni, Asignatura pendiente -1977- de José Luis Garci, La edad de la inocencia -1993- de Martin Scorsese). Y en algunas películas, de lo que en realidad se hablaba, era de cómo la convivencia podía acabar envenenando una relación (¿Quién teme a Virginia Woolf? -1966- de Mike Nichols, Pasión -1969- y Secretos de un matrimonio -1973- de Ingmar Bergman, Anónimo veneciano -1970- de Enrico Maria Salerno, New York, New York -1977- de Martin Scorsese, Función de noche -1981- de Josefina Aldecoa, La guerra de los Rose -1989- de Danny DeVito, Ya no somos dos -2004- de John Curran, Revolutionary Road -2008- de Sam Mendes). Y el tema sigue estando, por supuesto, presente el cine actual, debiendo recordar que, desde que empezamos el blog, ya hemos comentado The Artist (donde la cosa acababa bien), Buscando a Eimish (donde se apostaba por el amor para toda la vida) y The Deep Blue Sea (donde la cosa acababa peor). Hoy, la película que debemos comentar para añadir a la lista es Blue Valentine.






Dentro del abanico de posibilidades que antes hemos enumerado, Blue Valentine se inclina por las más pesimistas. Encuadrada dentro del indie estadounidense y, por ello, muy influida por cierto cine europeo y, sobre todo, por la nouvelle vague francesa, podríamos pensar, inicialmente, que la película indaga en las causas por las que los vínculos de la pareja formada por Ryan Gosling y Michelle Williams se han deteriorado. Pero, en realidad, cuando el film concluye, nos damos cuenta que la reflexión es mucho más ácida que esa primera impresión. Porque lo que hemos visto es, por un lado, las consecuencias de ese deterioro y, por otro, la constatación de que el mismo nació en el preciso instante en que la relación echó a andar. En gran medida, porque los protagonistas confundieron el amor con lo que sólo era miedo a la soledad.

Rodada en un estilo sobrio y austero y guiada por la clara intención de aprovechar al máximo un número limitado de recursos expresivos, la película se centra en crear asociaciones de ideas en el espectador, evitando todo tipo de mensaje explícito. Blue Valentine se aprovecha de las magníficas interpretaciones del dúo protagonista y de un guión preciso y descarnado que no realiza ninguna concesión al espectador y que, a través de sucesivos flashbacks, hábilmente ubicados, logra desarrollar los dos planos temporales (presente y pasado) en que se desarrolla la historia.

Aunque el director logra realizar sutiles homenajes a las películas que han podido tener más influencia en su modo de entender el cine (Mitasareta seikatsu -1962- de Susumu Hani, El desprecio -1963- de Jean-Luc Godard, La felicidad -1965- de Agnès Varda o Mi noche con Maud -1969- de Eric Rohmer y, tal vez, Deseando amar -2000- y 2046 -2004- de Wong Kar-Wai), Blue Valentine no se limita a una pose puramente mimética sino que posee una visión personal y actualizada de la realidad y, en el fondo, mejora, depura y supera el mensaje que había detrás de Closer (2004) de Mike Nichols.

En definitiva, a pesar de su punto de amargura, Blue Valentine es una cinta altamente recomendable, tanto por su atrevimiento como por su honestidad.






Nota (de 1 a 10): 7,5.

Lo que más me gustó: Las interpretaciones de Ryan Gosling y Michelle Williams.

Lo que menos me gustó: El chiste que Michelle Williams cuenta en el autobús.



CLÁSICOS ETERNOS

LAS SANDALIAS DEL PESCADOR (1968) de Michael Anderson

TÍTULO: Las sandalias del pescador. TÍTULO ORIGINAL: The Shoes of the Fisherman. AÑO: 1968. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN: Michael AndersonGUIÓN: John Patrick y James Kennaway, adaptando la novela homónima de Morris L. West. MÚSICA ORIGINAL: Alex North. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Erwin Hillier. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Anthony Quinn, Laurence Olivier, Oskar Werner, David Janssen, Vittorio de Sica, Leo McKern, John Gielgud, Barbara Jefford, Rosemary Dexter. DURACIÓN: 162 minutos.

Hay gran expectación en la Plaza de San Pedro. Miles de fieles esperan a que una fumata blanca o una fumata negra anuncie si el cónclave ha designado ya al nuevo pontífice. De repente, el humo que se puede ver es de color blanco y todos esperan para ver quién será la persona que aparecerá en el balcón de la Basílica investido de su nueva condición. Lo que nadie podía imaginar es que la persona elegida provenga de un país comunista del Este de Europa. Pueden pensar que estoy hablando de lo que sucedió en 1978 con la elección de Juan Pablo II. Sin embargo, no es así. Es lo que se narra en la novela Las sandalias del pescador, publicada en 1963 por el australiano Morris L. West y llevada al cine en 1968 por Michael Anderson. Aunque se insiste mucho en el carácter premonitorio de la obra, quizás haya que recalcar otras virtudes de la película que pueden pasar, en gran medida, desapercibidas.






Las sandalias del pescador refleja a la perfección buena parte de las ideas, pensamientos e inquietudes que bullían en el catolicismo y, en general, en la sociedad de los años 60. El ansia de cambio, la búsqueda de nuevas visiones filosóficas que permitieran hacer frente a problemas antes desconocidos, el reto que suponían las profundas desigualdades de riqueza entre los distintos países del mundo, la preocupación por la escalada de la violencia a nivel internacional, la necesidad de conciliar doctrinas aparentemente incompatibles y la crisis y ruptura de las formas de vida tradicionales están presentes como testimonio de una época que significó un trascendente punto de inflexión. En este sentido, el personaje del padre David Telemond (teólogo que guarda un claro paralelismo con la figura del jesuita Pierre Teilhard de Chardin, cuya obra fue considerada por el Santo Oficio como incompatible con la doctrina católica en – reparen en la fecha- el año 1958) viene a representar el conjunto de aspiraciones de una generación que ambicionaba transformar el mundo y que no siempre fue comprendida y que, en gran medida, vio frustradas muchas de sus expectativas.

Junto a ello, la película reconstruye de manera fiel (y didáctica) los rituales por los que se rige el Estado Vaticano y, en especial, los relacionados con el cónclave y la designación de un nuevo papa y acoge una de las mejores interpretaciones de Anthony Quinn a lo largo de toda su carrera artística. Dando vida de manera absolutamente convincente al personaje del cardenal Kiril Lakota, va sutilmente desarrollando los sucesivos pliegues psicológicos del personaje y mostrando su gran complejidad, sabiendo no sólo representar los momentos críticos de su trayectoria (es difícil no reconocer la verosimilitud que ofrece su reacción inicial ante su elección como nuevo papa) sino dejando también preguntas abiertas sobre sus dudas y dilemas.

En definitiva, una película muy apropiada para ver en estas fechas y que, aunque los problemas que refleja son distintos a los de hoy en día, no deja de ser una reflexión aguda sobre la tensión entre tradición y renovación que siempre existe dentro de la Iglesia.


Nota (de 1 a 10): 7,5.

Lo que más gustará: La interpretación de Anthony Quinn. La reconstrucción de los rituales del Vaticano y, en especial, del cónclave.

Lo que menos gustará: Las claves de algunas disputas teológicas se le pueden escapar al espectador actual.


JOYAS OCULTAS

DE UN PAÍS LEJANO (1981) de Krzysztof Zanussi

TÍTULO: De un país lejano. TÍTULO ORIGINAL: From a Far Country. AÑO: 1981. NACIONALIDAD: Italia-Reino Unido-Polonia. DIRECCIÓN: Krzysztof ZanussiGUIÓN: Diego Fabbri, Andrzej Kijowski, Vincenzo Labella, Jan Józef Szczepanski y Krzysztof Zanussi. MÚSICA ORIGINAL: Wojciech Kilar. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Slawomir Idziak. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Sam Neill, Cristopher Cazenove, Lisa Harrow, John Welsh, Maurice Denham, Cezary Morawski, Daniel Olbrychski. DURACIÓN: 100 minutos.






Nota (de 1 a 10): 7.

Lo que más gustará: Ofrece una visión muy esclarecedora de la Polonia posterior a la II Guerra Mundial.

Lo que menos puede gustar: Quizás, narra demasiadas cosas en poco tiempo.



KAROL, EL HOMBRE QUE LLEGÓ A SER PAPA (2005) de Giacomo Battiato

TÍTULO: Karol, el hombre que llegó a ser Papa. TÍTULO ORIGINAL: Karol, un uomo diventato Papa. AÑO: 2005. NACIONALIDAD: Italia-Polonia. DIRECCIÓN: Giacomo BattiatoGUIÓN: Giacomo Battiato, adaptando el libro Storia di Karol de Gianfranco Svidercoschi. MÚSICA ORIGINAL: Ennio Morricone. DIRECCIÓN DE FOTOGRAFÍA: Giovanni Mammolotti. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Piotr Adamczyk, Malgorzata Bela, Ken Duken, Hristo Shopov, Ennio Fantastichini, Violante Placido, Matt Craven, Olgierd Lukaszewicz, Lech Mackiewicz, Radoslaw Pazura, Grazyna Szapolowska, Kenneth Welsh, Raoul Bova. DURACIÓN: 186 minutos.





Nota (de 1 a 10): 7.

Lo que más gustará: Ayuda a conocer la vida de Karol Wojtyla antes de ser pontífice.

Lo que menos puede gustar: La segunda mitad de la película pierde intensidad.


Se ha hablado (y se sigue hablando mucho) de la personalidad de Juan Pablo II. Se habla menos de la importancia que tuvo su origen polaco en la formación de dicha personalidad. Sin embargo, basta con ver estas dos películas para descubrir cómo es imposible separar sus ideas y posicionamientos de la historia de su país y de su propia trayectoria biográfica. Si quiero hablar, simultáneamente, de estos dos títulos es porque, en gran medida, se complementan y se explican mutuamente. De un país lejano es, básicamente, una historia coral que va recorriendo los avatares de Polonia desde la invasión nazi hasta la llegada de Karol Wojtyla al solio de San Pedro. En esta película, la figura de Wojtyla se va, poco a poco, difuminando hasta hacerse prácticamente invisible. Por el contrario, Karol, a la vez que tiene lugar en el mismo intervalo temporal, tiene como centro y referencia permanentes la figura de quien iba a ser futuro pontífice. ¿Se equivoca De un país lejano en su planteamiento narrativo? Pienso que no. Y la respuesta está en un momento clave de la vida del protagonista que aparece en Karol en el cual, escondiéndose de los nazis, se encuentra con un viejo sacerdote. Este, le habla de San Juan de la Cruz y de unas palabras del místico abulense: “para llegar a ser todo, no ser nada”. Hasta cierto punto, la conclusión que cabe extraer poniendo en relación ambos films es que Wojtyla, habiendo sido testigo del mal causado por el nazismo, primero, y por el comunismo, después, consideró que había que renegar del sustrato común que tenían ambas ideologías y optar por las creencias que habían permitido a Polonia sobrevivir, sobre todo desde el punto de vista espiritual, a siglos de ataques externos y mutilaciones territoriales, sin ningún tipo de renuncia o negociación de sus principios básicos.

El pasado de quien iba a ser Juan Pablo II, por tanto, explicaría su postura y su actitud  (inflexible en la mayoría de las ocasiones) en relación a los postulados morales que propugnaba, su rechazo del nacionalismo y de cualquier tipo de ideología materialista y su interés por las cuestiones sociales, por la juventud, por la relación de la Iglesia con la cultura y por el diálogo interreligioso. Todo ello encuentra su raíz en los sucesos de los que seremos testigos en ambos films y llegaremos a entender por qué, siguiendo las palabras del poeta religioso español que encendieron su vocación, decidió llevar hasta el final de sus días, como su cruz particular, una carga muy superior a la que su deteriorada salud física, al final de su vida, podía ya permitirse.




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