LINCOLN (o la política es la continuación de la guerra por otros medios *)


TÍTULO: Lincoln. TÍTULO ORIGINAL: Lincoln. AÑO: 2012. NACIONALIDAD: Estados Unidos. DIRECCIÓN: Steven Spielberg. GUIÓN: Tony Kushner, adaptando parcialmente el libro Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln de Doris Kearns Goodwin. MÚSICA ORIGINAL: John Williams. INTÉRPRETES PRINCIPALES: Daniel Day-Lewis, Sally Field, David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, James Spader, Hal Holbrook, Tommy Lee Jones, Jared Harris, Gloria Reuben. PÁGINA WEB OFICIAL: http://www.thelincolnmovie.com/.

Cuando, hace unos días, hablábamos de La noche más oscura, comentamos que su fondo argumental estaba muy relacionado con algunos de los grandes temas de la narrativa y la cinematografía estadounidenses. Lo mismo podríamos decir de Lincoln. Reforzado ello, además, porque Steven Spielberg (al igual que otros compañeros de generación como George Lucas, Michael Cimino, Francis Ford Coppola o Martin Scorsese) siempre ha bebido de los clásicos y ha actualizado y modernizado gran parte de sus preocupaciones e inquietudes. Entre ellas, como escribíamos hace algo menos de un año acerca de War Horse, "la perdida del paraíso, la lucha por recuperarlo y su recuperación final pero a costa de haber perdido, para siempre, la inocencia". Lincoln, como aquella otra película, también se desarrolla durante una guerra. En este caso, la Guerra Civil norteamericana. Y ello hace inevitable que esa pérdida de la inocencia se relacione con el ideal bajo el que tuvo lugar el nacimiento de los Estados Unidos y su (posible) quiebra. Basta leer la novela Leviatán (1992) de Paul Auster, para saber que esta cuestión, aunque sea de forma sinuosa e implícita, siempre ha estado presente en la cultura y pensamiento estadounidenses y ha sido uno de los ejes que ha marcado su desarrollo.

Recordemos, por ejemplo, en el campo de la literatura, que, ya en una fecha tan temprana como 1850, Nathaniel Hawthorne, en La letra escarlata, realizaba una fuerte crítica contra el puritanismo dominante. Posteriormente, toda la obra de William Faulkner en torno al ciclo de Yoknapatawpha (Sartoris -1929-, El ruido y la furia -1929-, Mientras agonizo -1930-, Santuario -1931-, ¡Absalón, Absalón! -1936-...) partía de la existencia de un pecado original: el del exterminio sufrido por los indios nativos norteamericanos durante todo el proceso de colonización. Pensemos, también, en todas las novelas de Jim Thompson y en Los desnudos y los muertos (1948) de Norman Mailer, A sangre fría (1966) de Truman Capote o en Meridiano de sangre (1985) y No es país para viejos (2005) de Cormac McCarthy. En el cine, el tema ha sido abudantemente tratado a partir de los años 60. Hay que mencionar, especialmente, a Sam Peckinpah con Mayor Dundee (1965) y La huida (1972), Robert Mulligan con En busca de la felicidad (1971), a Michael Cimino con El cazador (1978) y La puerta del cielo (1980) y Francis Ford Coppola y George Lucas. Porque, en el caso del primero, toda la saga de El padrino y el viaje de Michael Corleone del lado del bien al lado del mal no es más que el análisis de la quiebra de un ideal. Y cuando George Lucas, en toda la saga de La guerra de las galaxias, habla de la transformación de una República en un Imperio, ¿a qué país creen que se está refiriendo? (En la siguiente película que vamos a reseñar, volveremos a hablar de esta saga).




Lincoln trata de otro de los hechos que ha quedado marcado indeleblemente en la conciencia estadounidense (el de la esclavitud y la guerra originada por su motivo) y que puso en duda que se estuviera realizando el ideal fundacional de ese país. Su argumento se centra en los avatares que rodearon a la aprobación de la XIII Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, la cual prohibió definitivamente la existencia de la esclavitud. El empeño del 16º Presidente de los Estados Unidos por hacer desaparecer para siempre la lacra que subyugaba a la población negra le ha hecho pasar a la historia. Pero, aunque pueda parecer sorprendente, la valoración de la gestión política de Lincoln no genera unanimidad. Hay autores que consideran que, para conseguir que tuviera lugar el cumplimiento del ideal estadounidense en toda su pureza, violó algunos de los principios básicos de ese mismo ideal. Es muy interesante, en relación a ello, traer a colación la polémica que diversos articulistas mantuvieron en www.libertaddigital.com en torno a la publicación en España del libro del profesor norteamericano Thomas DiLorenzo El verdadero Lincoln. Así, hubo posturas que apoyaron las tesis críticas del libro, como las de José Carlos Rodríguez y Fernando Díaz Villanueva y otras, como las de Manuel Pastor y Pedro López Arriba (aquí y aquí) más proclives a la visión tradicional de la grandeza del personaje.

Aunque yo me inclino,  con escaso lugar a la duda, por esta segunda opción, tengo que dejar constancia de la controversia porque, sin conocer la misma, es imposible comprender cabalmente la película que estamos comentando.




Porque resulta obvio que el núcleo argumental de Lincoln se basa en cómo, para conseguir un fin loable (en este caso, que ninguna persona tuviera que vivir en condición de esclavo) se tuviera que recurrir a un duro y despiadado conflicto bélico (mostrado con toda su crudeza en la primera y en una de las últimas secuencias de la película, así como en la visita que el presidente realiza al hospital con su hijo) y a una serie de medios éticamente reprobables (como el soborno directo a los diputados y al empleo sin ambages de la mentira -o de la media verdad-). Este conflicto, estrictamente político y moral, del que Lincoln es consciente y que supone para él un complejo dilema interior, se une al que afecta a su vida personal y familiar (con su esposa y su hijo mayor) y que también implica una tensión añadida a su ya difícil gestión de una contienda fratricida.

Para plasmar toda esta red de contradicciones, Spielberg se sirve de una plantel de actores en estado de gracia, con un Daniel Day-Lewis que realiza una soberbia caracterización del presidente norteamericano, una estupenda Sally Field (que sabe plasmar con gran eficacia la atormentada personalidad de la mujer de Lincoln) y unos sobrios Joseph Gordon-Levitt (como hijo del presidente) y Tommy Lee Jones (en el papel del más acérrimo defensor del abolicionismo, del que hay que decir, además, que la revelación final sobre su personaje constituye un evidente ajuste de cuentas respecto a la visión que, de un determinado tema -que no vamos a revelar, obviamente-, ofrecía El nacimiento de una nación -1915- de David W. Griffith). Desde el punto de vista de la realización, Spielberg opta por abandonar la factura visual que le es propia y se inclina por una imaginería clásica, lejos de cualquier tentación de espectacularidad, cercana más bien al estilo de John Ford (sobre todo, en los rasgos de humor y socarronería que van pespunteando la trama), de William Wyler (y su estilo invisible) o, si queremos mencionar a un director más reciente, de Clint Eastwood.

Posiblemente, el principal defecto que veo a la película es combinar esa factura visual "clásica" (con su dinámica narrativa correspondiente) con una estructura de guión "moderna", con la que no acaba de congraciarse del todo. Frente a la estructura clásica de guión (para entendernos, la de EXPOSICIÓN-NUDO-DESENLACE), existe la que podemos denominar "moderna" y de la que hablaba Syd Field en su obra clásica El libro del guión. Quien haya visto la película, apreciará que es difícil dividir la narración en tres partes claramente diferenciadas (algo que se ve reforzado porque, además, la acción se desarrolla en unos pocos días). Más bien, en función de la mini-trama a partir de la cual se articula, se compondría de PRÓLOGO (la conversación con los soldados y la batalla), un EPÍLOGO (las secuencias del final de la guerra, del desenlace que vive el protagonista y del recuerdo del discurso de su toma de posesión) y, entre ellos, tres ACTOS que se  distinguen más bien por el concepto que desarrollan que por el avance que significan en el argumento (DILEMAS IMPLICADOS EN TODA DECISIÓN-TENSIONES QUE AFECTAN A CUALQUIER ACCIÓN POLÍTICA-IMPORTANCIA DEL IMPERATIVO MORAL). Normalmente (como en los casos de Encuentros en la tercera fase -1977- del propio Spielberg o en la antes mencionada El cazador), este tipo de estructura se ha asociado a un intenso poderío visual que sirviera para compensar la levedad de la trama. Al no ocurrir esto en Lincoln, hay momentos, sobre todo al principio, en que la película puede llegar a transmitir cierta sensación de lentitud.

No obstante, cuando la misma llega a su tramo final, consigue expresar, con contundente sobriedad, el mensaje central del que hemos hablado al principio de esta reseña. Y ello, mediante la simple imagen de un niño, cuya orfandad, en el fondo, es la orfandad de todos los ciudadanos de Estados Unidos. Orfandad que, a su vez, es la sospecha de que el ideal perseguido está acosado en todo momento, como la luz de un candil, por la más mínima circunstancia y la más inimaginada de las adversidades. Un ideal que, pese a todo, sigue residiendo con fuerza y perseverancia en el corazón de los hombres y en las palabras de los discursos más honestos y sinceros.



Nota (de 1 a 10): 8.

Lo que más me gustó: La soberbia (absolutamente soberbia) interpretación de Daniel Day-Lewis. Una estupenda Sally Field. La secuencia del hospital.

Lo que menos me gustó: Una estructura de guión “moderna” y una factura visual y una dinámica narrativa “clásicas” no acaban de combinarse bien.



* El título de la entrada de hoy se inspira, por supuesto, en la famosa frase de Carl von Clausewitz ("La guerra es la continuación de la política por otros medios"), convenientemente modificada.




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