BIUTIFUL (o ¿qué feo es vivir?)

Título: Biutiful. Año: 2010. Nacionalidad: México y España. Dirección: Alejandro González Iñárritu. Guión: Alejandro González Iñárritu, Armando Bo y Nicolás Giacobone. Música original: Gustavo Santaolalla. Intérpretes principales: Javier Bardem, Maricel Álvarez, Hanaa Bouchaib, Guillermo Estrella, Eduard Fernández, Diaryatou Daff, Cheng Tai Shen, Luo Jin, Ana Wagener, Rubén Ochandiano, Karra Elejalde. Página web: http://www.biutifuloficial.com


El director mexicano Alejandro González Iñárritu (nacido en México, D. F. el 15 de septiembre de 1963) no es sólo uno de los realizadores más importantes de la historia de su país –su nombre habría que ponerlo junto al del clásico Emilio Fernández – La perla (1947), La red (1953)- y al más reciente Alfonso Cuarón – Y tu mamá también (2001), Harry Potter y el prisionero de Azkaban (2004), Hijos de los hombres (2006)- y al de dos españoles que realizaron una parte muy importante de su obra en México: Luis Buñuel –Subida al cielo (1952), Él (1953), Ensayo de un crimen (1955), Nazarín (1959), El ángel exterminador (1962), Simón del desierto (1965)- y Luis Alcoriza – Mecánica nacional (1972), Las fuerzas vivas (1975)- sino que es una de las figuras fundamentales que ha renovado el lenguaje cinematográfico contemporáneo.

En el período 2000-2006, dirigió Amores perros (2000), 21 gramos (2003) y Babel (2006) –las dos últimas, producidas en Estados Unidos. Todas estas películas fueron realizadas a partir de guiones co-escritos con Guillermo Arriaga y presentaban unos rasgos comunes claramente visibles: estilo narrativo fragmentario, combinación de varias historias aparentemente independientes que acababan estando enlazadas, presencia de escenas de fuerte violencia, espíritu crítico, indagación en el sentido moral de nuestras acciones… Si en el futuro hubiera que señalar títulos de la pasada década que marcaron diferencias en relación al cine realizado hasta entonces, las tres películas citadas habría que incluirlas por méritos propios dentro del repertorio de obras que cambiaron radicalmente la forma de plantear la realización de un film y el modo en que el mismo debía ser contemplado.

Pero como nada es eterno, el que parecía matrimonio bien avenido entre Alejandro Gonzalez Iñárritu y Guillermo Arriaga se rompió… Cada uno siguió su propio camino y cada uno ha querido iniciar su trayectoria con su propia película. En el año 2009, Guillermo Arriaga estrenó Lejos de la tierra quemada. En el año 2010, Alejandro González Iñárritu ha estrenado Biutiful, de las que nos ocuparemos en esta entrada del blog.




Por lo dicho hasta ahora, la primera gran curiosidad era saber si Iñárritu iba a seguir fiel a su estilo anterior o si el cambio de co-guionistas iba a significar un giro en sus planteamientos estéticos. Si Lejos de la tierra quemada era una reafirmación de Guillermo Arriaga en el estilo que le hizo famoso, Biutiful presenta matices de interés en relación a los cuales podemos afirmar que el director mexicano sale victorioso y que ha sabido dar un paso adelante en su carrera (buena parte de la crítica me temo que no piensa igual…).

El cambio más significativo en Biutiful es que, frente a la presencia de varias historias aparentemente autónomas, característica de sus anteriores films, aquí hay una historia principal sobre la que giran las demás (y que es la que protagoniza Javier Bardem). Frente al estilo fragmentario del pasado, ahora la narración es más lineal. Aunque, en realidad, no es lineal del todo: la secuencia inicial resulta ser el desenlace de la historia pero, mientras que la primera vez que la vemos no comprendemos su significado (no revelo nada en decirlo, créanme), la segunda vez que la veamos se nos torna clara y diáfana (a pesar de que a algún crítico de Fotogramas le deje desconcertado).

Aunque se trata de un film complejo sobre el que podríamos comentar una larga serie de aspectos, hay tres que pienso que conviene destacar.

En primer lugar, me ha resultado especialmente fascinante el personaje de Javier Bardem, cuya interpretación supera con creces a la que le valió el Oscar en No es país para viejos. Su ambigüedad es constante a lo largo de toda la cinta, de forma que es complicado ofrecer de él un juicio moral taxativo. Todo lo que sabemos del personaje es sutil y escurridizo y se nos va mostrando con tanta naturalidad que acaba siendo verosímil un conjunto de circunstancias verdaderamente abrumador. En un momento dado, averiguamos que se trata de un exdrogadicto (es absolutamente magistral cómo se nos muestra sin decírnoslo explícitamente) que se gana la vida cobrando protección de los inmigrantes ilegales pero, de modo paradójico, parece más preocupado por el bienestar de estas personas que por sus propias ganancias económicas. Padre de dos hijos, está separado de su mujer (aunque tengan reconciliaciones periódicas), que es una prostituta que padece trastorno bipolar. A pesar de todo, el empeño que vuelca con su familia lo convierte en un padre prácticamente ejemplar. Finalmente, posee un don especial: puede comunicarse con los muertos (volveremos a este aspecto más tarde) y, con un punto de cruel ironía, el incidente incitador del film es la grave enfermedad que el protagonista descubre que padece. Javier Bardem se desenvuelve con maestría en los vericuetos de la historia y hay que quitarse el sombrero ante la contención con que realiza su trabajo interpretativo.

En segundo lugar, aunque el escenario hipotético de la película es Barcelona, en realidad podría ser el retrato de cualquier ciudad del mundo, en la que conviven multitud de grupos sociales y que viene a ser, a la postre, una representación de la actual estructura económica global: está presente el mundo desarrollado; quienes realizan los trabajos manuales son los inmigrantes ilegales chinos que cobran salarios de miseria (es decir, esto viene a ser una metáfora de las funciones de la China actual como fábrica del mundo); y quienes malviven con CDs y DVDs piratas y abalorios varios son los inmigrantes subsaharianos (en este caso, lo que se quiere representar es una África al margen de los grandes movimientos económicos mundiales). El personaje de Javier Bardem actúa casi como una bisagra entre todos los grupos sociales que aparecen en la película, siendo el hilo conductor que nos ayuda a conocer sus diferentes formas de vida.

En tercer lugar, como ya apuntábamos antes, el tema de la trascendencia aparece en virtud del don del protagonista de contactar con los muertos. Gracias a este don, no comprendido por todos y que provoca el escepticismo en muchos, el protagonista logra infundir ánimo y serenidad a los familiares de los fallecidos. Indirectamente, este aspecto de la película nos ayuda a comprender la motivación de un comportamiento aparentemente contradictorio, ya que su conocimiento del más allá es el factor que le impulsa a buscar el sentido moral de sus acciones aunque, en apariencia, sean poco justificables éticamente.



Tras ver los tres aspectos citados, hay un concepto que los unifica y da sentido a toda la película: el de límite o frontera. Javier Bardem es un personaje que vive en el límite o frontera en casi todos los aspectos de su vida: está entre la vida y la muerte, entre el mundo de quienes gozan de cierta estabilidad económica y el mundo de los desheredados que no saben de qué van a vivir al día siguiente, entre el mundo terrenal y el más allá, entre los cambiantes estados de ánimo de su mujer, entre el bien y el mal… En suma, un retrato de las dificultades y avatares del hombre contemporáneo. 

¿Es una película pesimista? Aparentemente, podría parecer que sí. Yo pienso, en cambio, que los últimos minutos del film dejan abierta una puerta a la esperanza, tanto en la secuencia final ya comentada como en el gesto del personaje interpretado por la actriz senegalesa Diaryatou Daff, ante el que es imposible no emocionarse.

Aparte de la interpretación de Javier Bardem, resulta difícil decir qué más podemos destacar de la película porque hay una gran cantidad de elementos estimables: la música del argentino Gustavo Santaolalla (con su habitual sabiduría para potenciar la creación de climas emocionales), la fotografía de Rodrigo Prieto (perfecta en su tonalidad deliberadamente apagada para que esté en consonancia con el tono del resto del film) o las interpretaciones de un elenco en estado de gracia donde resultaría injusto no mencionar a alguno de sus integrantes.

En definitiva, y aunque la crítica no la ha recibido excesivamente bien, creo que Alejandro González Iñárritu ha salido airoso del reto y ha realizado una película que, a pesar de ser desasosegante, resulta ser una obra espléndida.


Nota (de 1 a 10): 9.

Lo que más me gustó: la interpretación de Javier Bardem y la consistencia del guión.

Lo que menos me gustó: alguna historia colateral no aporta nada a la película.




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